A Sandra Valdés y Laura Ordóñez, excelentes docentes y personas

Photo by Jonathan Eden-Drummond
Il a une gueule. No hay duda. Una jeta que bien podría ser de gaucho si no hubiera nacido en el corazón de Asia. No pasa desapercibido en el grupito de migrantes recién llegados que constituyen la clase. No solo por ser el único afgano entre puros sirios y marroquíes. No. Khan Agha tiene una presencia que se impone, aún sin hablar.
Una de las mujeres, una siria con alma de gitana, lo provoca abiertamente. “Ese es Khan Agha,” dice, cada vez que les muestras una foto donde aparece un hombre. Y él ríe, satisfecho de haber recobrado protagonismo.
Cuando se trata de cantar, los dos más jóvenes lo incitan: “Que cante Canadá”. Canadá lo llaman, en vez de Khan Agha, un poco en broma y otro poco porque no lo saben pronunciar. Y no paran de reírse cuando el otro se lanza con su vozarrón.
Hoy ha venido una niña a la clase, una preciosa niña de ojos verdes, sobrina de la gitana. Tendrá cuatro o cinco años a lo sumo. Te da la mano y se deja guiar hasta la bolsa donde se guardan los paquetes que te ayuda a distribuir. Después se sienta al lado de su tía y copia lo que hacen los mayores.
Khan Agha ha quedado sentado junto a la pequeña y lo ves atento y conmovido ante el más mínimo de sus movimientos. La gitanilla responde con sonrisas y se deja cargar. Durante un buen rato la clase toda gira en torno a ella. Hasta que, cansada de tanto juego, se acurruca entre los brazos de la tía, que decide llevársela a casa.
No cesan las risas tras la partida, sin embargo, como si la presencia de la niña hubiera impregnado todo de alegría. En cierto momento, mientras acomodamos mesas y sillas, Khan Agha se acerca a tu brazo y, con toda delicadeza, saca una cana que se había quedado pegada en tu pulóver. No sabes por qué el gesto te conmueve.
Los ojos que han aprendido a mirar más allá de lo que su antiguo empleo (y su autoridad) le exigían. A mirar porque el habla se le ha vuelto secundaria y la voz se le ha diluido entre tanta paperasse. Ojos que sienten y ubican jerarquía y rol en el cuadro de cada escena. Ojos que hablan más fuerte que el mostacho y las cejas. Ojos diferentes a los de su tierra natal porque ya no miran cómo corregir o impedir acciones a los demás, sino a sí mismo, en función de evaluaciones que nada tienen que ver con las palabras.
Ternura.. .Que sólo surge cuando ante el otro, me reconozco protector o guardián.
Gracias por el contacto con este mundo que es tan cercano y tan ausente a la vez.
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