Diez minutos antes

I
Diez minutos antes escala los gemidos, sube y baja entre cielo e infierno, en los brazos del joven amante, espantando sus tardes azules de ama de casa, el sexo habitual a la hora de siempre, los chismes de las colegas en la oficina, la mirada gruesa del panadero. Respira hondo y gime y escala, sube y sube hacia un cielo abierto donde pasan bandadas de pájaros espantados y ya no está la habitación, ni la mesita junto al sofá, ni el sofá donde el amante, ni el amante. Diez minutos antes ella sube, sube…

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II
Diez minutos antes él es un joven fuerte y mágico que le hace el amor con un poco de lástima y otro poco de crueldad a aquella mujer mucho mayor que llora mientras la penetra y se concentra y sigue y la siente temblar y gemir y sus uñas en la espalda y sus hendiduras húmedas y su respiración de fiera y el olor acre de sus líquidos y empuja duro y sigue y se oye el aire que sale de la vagina y estalla como un petardo y se apura porque hay que terminar con tanta pena y en cuanto termine me voy y no vuelvo más…

III
Diez minutos antes él es un marido de esos que han olvidado algo en casa y el jefe que como que no lo trajo y que vaya a buscarlo imbécil, si jefe y a la casa donde no habrá nadie ahora supongo porque la pobre, esa santa, habrá ido a preparar el almuerzo de la vieja madre que ya es la hora, y vendrá como siempre cansada como yo menos mal que hoy toca el programa ese de las adivinanzas y después a dormir, no sin antes, eso si, cumplir con mi deber que de mí no se podrá quejar que siempre he hecho lo que había que hacer y en diez minutos estoy en casa, saco la llave…

IV
Diez minutos antes han terminado de cortar los trocitos de queso, las rodajas de salami y lo han puesto junto con las aceitunas y las cebollitas en la mesita junto al sofá, a mano, como la botella de licor y las dos copas y aquí me han dejado a mí como al descuido, con la hoja de acero apuntando hacia la lámpara y el cabo de madera sobresaliendo del borde de la mesa. Todo se estremece al ritmo poseso de los cuerpos, afuera hay un sol magnífico mientras comienzan a oírse –quizás sólo yo los oigo– unos pasos en la escalera…

(Benito Martinez)