Del futuro

Photo by Raquel

Después de entrar en el bar, se apoyó en un taburete. Se puso en un lugar que era visible para todos, y a la vez confortable para él, y casual y estratégicamente se había situado al lado de un caballero con el que había coincidido en la entrada del antro. Se llamaba Guy. Lo había visto después de observar cómo, misteriosamente, se alejaba aquella joven dama rubia con el cabello rizado. Dama que calculó tendría unos 35 años de edad, y le llamó la atención su semblante contrariado.

Guy, empezó con buen ánimo la conversación.
—¿Ha visto usted, señor? No hay gran cosa aquí. No hay muchas mujeres apetecibles a la vista. La cuestión es esa: ya no hay mujeres como las de antes. Como con las que podías ligar en un pasado —dijo Guy mirando directamente a los ojos a su interlocutor.
—¿Como las de antes? ¿Cómo las de un pasado, quiere usted decir? —preguntó él.
—Sí, como las de antes, hombre, ya me entiende. ¿Usted de dónde viene? —dijo Guy con interés por recibir una respuesta banal.
—¿Que de dónde vengo? —Hizo una pausa antes de continuar nuestro protagonista.
—Vengo del futuro, querido amigo —respondió él.

En ese momento, el camarero del clandestino bar interrumpió la conversación.
—Buenos días señor. ¿Qué desea que le ponga? —preguntó con un tono de voz seco y directo.
—Mozo, póngame lo mismo que toma aquí el caballero —dijo en un tono muy amable pero altivo.
—Un gin-tonic, entonces. Marchando —le replicó el mozo esta vez más cortesmente.

Guy, que había sido un soñador, un perdedor soñador, estaba impaciente por reanudar la conversación con aquel hombre tan destartalado que acababa de llegar a aquel antro.
—No me diga que usted viene del futuro —exclamó de forma sarcástica.
—Cuente, cuente —dijo mientras se reía para sí mismo —¿Y cómo es ese futuro del que usted viene? —le preguntó sin ganas de querer recibir una respuesta.

Entonces, como si el tiempo se hubiera detenido, él se puso en pie, se quitó el sombrero, carraspeó un poco, bebió otro poco de su copa, y con las dos manos levantadas, comenzó a hablar.
—Pues, de donde vengo la gente es muy diferente a aquí. Tanto la gente como los espacios y los objetos.
—No será para tanto, hombre. ¿Ese futuro es en el Planeta Tierra? —dijo otro cliente sentado más allá.
—Ese futuro, sí, está en el Planeta Tierra, pero el aire es más puro, las calles más tranquilas y el ruido más silencioso —dijo señalando a una de las ventanas del local.
—Gracias a nuestra lucha contra el cambio climático, por supuesto —dijo una voz en el fondo del bar que parecía venir de una sombra apoyada en la pared.
—No sé, no viví ese pasado en el que se luchaba por el cambio climático.
—¿Y cómo más es ese futuro? —inquirió otra misma voz, esta vez notablemente femenina.
—Pues del futuro recuerdo mirar detrás de los escaparates de bombonerías y pastelerías con tantas ganas de comer esos pasteles, bombones, tan bien puestos y tan bonitos.
—Usted viene de mi pasado, cuando yo era pequeño, después de la segunda guerra mundial —dijo un hombre de unos ochenta años que estaba sentado solo y muy cerca del camarero que escuchaba incrédulo.
—Cuéntenos, señor. ¿En sus futuro había extraterrestes y viviremos con ellos en platillos volantes como en las películas de cine? —preguntó un hombre muy delgado y sentado en la mesa. Mesa con una silla vacía que aún conservaba el ároma a jazmín impregnado en la dama que vió salir cabizbaja.

Él, que no había querido escuchar la pregunta, continuó su discurso.
—En el futuro la mayor parte de nosotros cambiábamos los cines, teatros y conciertos al aire libre por ver puestas de sol —y continuó—: Según la distancia que hubiera, se reflejaba mejor o peor el sol, y te dejaba ver o no su luz amarilla, naranja o roja. ¡Qué grandes espectáculos de la naturaleza!
—¿Qué es la puesta de sol? —preguntó el camarero ahora algo más interesado.

Esta vez sí que oyó esa pregunta y se precipitó a contestarla él mismo.
—La puesta de sol es el atardecer. El atardecer es el anochecer —respondió como si de un aprendiz de castellano se tratara, y continuó su ya ahora monólogo.
—De donde vengo, del futuro, algunas personas de bien y respeto, no todas, se saludan mirándose a los ojos, y guardando una cierta distancia, como si supieran o adivinaran que la vida nos la van a arrebatar mañana. Y por ende, es necesario respetarse, y hacerse respetar. No molestar, ni inquirir, ni asaltar. Pero por desgracia, tampoco amar. No entregarse al otro, porque con tu ausencia si morías, tu amada sufría.

En ese momento hizo una pausa larga en su discurso quedándose pensativo y continuó de esta guisa nuestro protagonista.
—Y esos amantes y amados caminaban juntos, en paralelo, con un proyecto y un objetivo en común.
—Y las casas, ¿Cómo son? —volvió a preguntar el camararero.

Muy animado, él respondió la pregunta.
—En el futuro, la gente habita, respira, vive intensamente sus casas. La gente habita espacios en sus casas que antes eran meros pasillos y lugares de paso. De paso a la puerta de salida, como ésta, puerta de entrada, con ese original picaporte. Picaporte que me ha atraido mis sentidos y me ha hecho entrar a conoceros, caballeros.

¿Qué es esto? ¿Adónde me han llevado mis pies mientras escuchaba mis pensamientos melancólicos? Vaya, bonito picaporte, me recuerds a los picaportes de donde vengo. Recios y elegantes a la vez. Bonita puerta, bella damisela que acaba de salir. Y peculiar ese caballero que entra y obtiene algo a cambio de no se qué. También me parece curioso la misma dama con sonrisa postiza que le coloca una corona de papel que le situe en coronilla. Debe ser un lugar de mala muerte y de paso, como una de aquellas tabernas. Voy a mirar de nuevo la dirección, Avenue de la Couronne 476. Me gusta el número. Creo que era la edad que tenía cuando dicen que me volví loco.

Decide entrar.
—Buenos días, dulce damisela.
—Buenos días. Cuánto tiempo…
—¿Cuánto tiempo? —dijo rascándose la barbilla
—Sí, hace mucho desde la última vez! Sigue siendo el mismo y estando igual! No ha cambiado nada de nada —dijo ella 
—¿El mismo? —pregunta ahora mientras se rasca la nariz—. El mismo soy, está usted en lo cierto.
—¿Cuántas coronas querrá? ¿Las mismas que la última vez? —preguntó ella con una muy amplia sonrisa en la que se dejaba ver claramente sus encías.
—Exactamente, muchas gracias y muy buenas noches tenga su merced —contestó nuestro caballero devolviéndole la sonrisa.

La mujer lo siguió con la mirada mientras subía las escaleras. Sospechaba que fuera el inspector del ayuntamiento. Nunca antes había visto ese hombre.
Apoyada la mano en el sillón de terciopelo verde, sostiene el libro que desde hace días lleva leyendo. En casa, sin poder salir, vuelve a mirar el parque a través de su ventana, y se queda dormido.
Y en ese momento de descuido, el gran loco de los locos de todos los tiempos ficticios decide que es el momento de escapar. Y sí, es ahora cuando tiene que salir del libro de su amo, salir de su casa, e infringir las reglas (los personajes nunca tienen que salir de las novelas escritas por sus autores). Al encontrarse con las calles vacías, camina sin rumbo, llega a Avenue de la Couronne 476, se detiene y piensa.

Raquel

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Seven Writers. Three Languages. One City.
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