Tenían que despegar. Todos lo habían hecho ya. Ya todos les esperaban en el Cielo.
Hubieran preferido que les esperasen en el interior del Océano Indico, en esas profundidades rodeadas de ese otro mundo marino, sabiamente ordenado y estructurado, donde todo tiene un sentido y todos están civilizados.
Pero no, —Os esperamos en el cielo, venid, estaremos muy bien todos juntos, no temáis —les habían dicho.
Sin embargo, aquellas palabras muy lejos de haberles tranquilizado, les habían asustado aún más.
¿Cómo iban a pasar de la tierra al Cielo? Despegando, sí, pero ¿cómo? En aquella época no se había inventado aún el pájaro que volaba.
Una noche, ella en la mitad de un sueño, vió a sus compañeros en un espacio límpido e incoloro, y creyó que eso era el cielo.
—Ya estoy, he llegado. ¿Y él?, ¿Dónde está? ¿También llegó?
—Sí, él también llegó: con su imaginación.
—No lo veo —preguntó con tristeza y melancolía.
—No lo verás —le contestaron —El cielo os ha separado.