Nina y Rodrigo hablaban delante de mí. Yo los miraba en silencio, no recuerdo lo que decían, sólo mi creciente desesperación por no conseguir existir, de alguna manera, delante de aquella maravillosa criatura. Finalmente sus ojos dejaron a Rodrigo y se posaron en mí.
– Creo que estaba de viaje cuando viniste a las entrevistas y por eso no nos hemos encontrado hasta ahora – me dijo.
Su tono de voz era bajo, casi masculino. Me hablaba con simpatía y creo que le sonreí estúpidamente. Nunca había visto unos ojos verdes como los suyos, ni una melena de color caoba y salpicada de mechas doradas.
– He oído cosas muy buenas de ti. Ya tendremos ocasión de hablar. Nos veremos por aquí -prosiguió mientras me hacía un gesto de despedida con la mano y se marchaba.
Creo que le dije adiós pero no sé si me oyó. La risita contenida de Rodrigo me trajo de vuelta a la realidad.
– Impresionante ¿verdad? – Ten cuidado. Se come a todos los “juniors” que llegan a la firma y ellos se dejan encantados.
– Estoy casado con tu hermana. No tengas tan mal gusto, por favor – le contesté con una irritación que fingí como pude. Rodrigo ignoró mi respuesta.
– Te dejo que tengo trabajo. Lucie te llevará a tu formación. No la enfades- me dijo desde la puerta.
Me alegré de quedarme solo aunque fuera unos pocos minutos. Cerré la puerta y me senté en el sillón. Di un vistazo a la hoja que Lucie me había dado y descubrí aliviado que no tendría ninguna entrevista con Nina ese día. No hubiera podido soportarlo. Pero tenía una al día siguiente, lo que me daba algunas horas para hacerme a la idea. Hice varias respiraciones profundas con la ilusión ridícula de que así podría aclarar el torbellino que embarullaba mi cabeza. Sabía lo que se me venía encima y también lo que tenía que hacer. Los dosieres que estaban sobre la mesa eran mi pasaporte al futuro de la firma. Todo dependía de ese trabajo inicial para pasar mi periodo de prueba. Me tendría que dedicar a ellos con toda mi voluntad y las horas de trabajo no me asustaban. La que sí me asustaba era Nina. Sólo le habían bastado unos pocos minutos y unas cuantas palabras, no había necesitado nada más. Me repetí continuamente que mi primer día de trabajo no podía ser también el inicio de algo, que como supe desde el primer instante, no podría controlar. Nina tenía algo que se escapaba a cualquier definición de belleza, que no se mostraba a través del largo de su falda o la profundidad de su escote. Era como si el aire que la rodeaba estuviera unos grados más tibio que el resto. Ese aroma corrupto me había envuelto, no pude evitar inhalarlo y una vez dentro de mí, se había convertido en una lava ardiente que latía dolorosamente. Sólo imaginar su cuerpo desnudo me provocaba sudores. Sentí lástima por Carlota, mi pobre esposa, completamente sola en aquel apartamento de la plaza de Meeus. Ella no sabía con lo que tendría que competir, no tenía ni idea de ya estaba vencida en una batalla de la que desconocía incluso su existencia. Despojada por una desconocida que me había cortado la voluntad con una sacudida de su melena dorada.
– ¿Está listo para su primera reunión?
Lucie me miraba desde la puerta y noté una cierta desaprobación en su voz. No la había oído entrar y me había encontrado completamente distraído. Sin duda esperaba que yo estuviera concentrado en la formación, leyendo el dosier que necesitaba y con el bolígrafo en la mano. En lugar de eso empecé a mover nerviosamente los papeles que tenía sobre la mesa. No tenía ni idea de lo que estaba buscando
– Es la carpeta naranja, la que tiene el número 18 – me dijo con frialdad.
– Gracias Lucie –
Seguí buscando mientras intentaba que no se me notara la vergüenza. No era una buena manera de empezar el día, me dije. Finalmente encontré la carpeta y la seguí humildemente hasta que llamó a una puerta. Entramos y un hombre se puso de pie para recibirme.
– Creo que ya conoce a Martin. Vendré a buscarle a su despacho en tres cuartos de hora – dijo Lucie.
Martin era otro de los socios, un inglés muy agradable que me había entrevistado junto a Cees. Mi cara de susto debió de darle lástima.
– Lucie es el sargento mayor de la firma. Es una enciclopedia de conocimiento y una persona muy útil. Cees siempre la consulta y tienes suerte de que trabaje para ti. Demuéstrale que puedes trabajar duro y te apreciará – me dijo con algo de paternalismo.
Martin tenía razón. Cuando volví al despacho después de una charla muy interesante, sólo necesité consultar la lista para saber el número del dosier que necesitaría para la próxima entrevista. Lo encontré sin dificultad y empecé a leerlo y a tomar notas mientras la esperaba. La expresión de Lucie cambió inmediatamente cuando vio mi aplicación. Incluso me trajo un café y una chocolatina en una bandejita después de la última entrevista de la mañana. Rodrigo vino a verme antes de marcharse a una reunión con un cliente.
– ¿Ya te ha traído Lucie un café? Buen trabajo cuñadito. A seguir así.
No le contesté pero le tiré una bola de papel que cogí de la papelera. Él se echó a reír y yo también.